Que un gobierno democrático
legítimo es el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” lo dijo
Abraham Lincoln en 1863, en el discurso más breve de la historia. En apenas
tres minutos acuñó este concepto que había de pervivir en el tiempo. Hoy, 150
años más tarde, no son muchos los gobiernos que puedan presumir de dicha
“legitimidad”. Ser un gobierno del pueblo es actuar en su nombre; ser elegido
por el pueblo cumple con la segunda condición; pero gobernar para el pueblo ya
no es tan obvio, incluso en muchos de los gobiernos de nuestro entorno
inmediato. En los momentos actuales, en los que la gobernanza de Europa está
tan cuestionada a la vista de los resultados que para los ciudadanos tienen las
medidas que desde allí se imponen, muchos ponen en duda que el fin último de
los que gobiernan sea precisamente el bienestar de los gobernados. O la
felicidad de los mismos que defendía el artículo trece de la vieja Constitución
española de 1812. Son muchas las ocasiones en las que las reglas democráticas
de buen gobierno han sido burladas, prevaleciendo otros intereses sobre los de
los ciudadanos que conforman ese pueblo aludido. Hoy, los intereses de los
poderosos ubicados en el mundo financiero, se alzan inmisericordes ante los
propios Estados que han acudido en su ayuda, con el dinero público, para evitar
lo que creían ser males mayores, y reciben como compensación el castigo de la
especulación por esos mismos beneficiados. Ante ello, son ya muchos los que
pregonan que es necesario cambiar el rumbo, que no se puede condenar a la
paralización de la economía y con ella, al abandono de los elementales derechos
de los ciudadanos. La socialdemocracia consiguió que en los últimos cien años
en Europa disfrutásemos de esa red protectora que constituye el estado de
bienestar. Pero vemos como se destruye, en aras a esos principios
neoconservadores que se nos quieren ofrecer como única solución. Hoy Francia
está hablando. Espero que sus palabras sean las acertadas. Mientras, 8.000
policías tienen que proteger (¿?) en Barcelona a los que controlan nuestro
futuro: los directivos del Banco Central Europeo. ¿Por qué será?.
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