Por más esfuerzos que se hacen
estos días por hablar de algo distinto de la situación económica y laboral,
todo es inútil. Queremos evadirnos de esa pesadilla que nos acecha cada mañana
cuando ponemos la radio, o leemos la prensa, y nos enteramos de la caída de la
bolsa, o la subida de la prima de riesgo, aunque no tengamos acciones que
pierdan su valor, ni sepamos muy bien qué es eso de la “prima” y cómo influye
en nuestras vidas. De alguna manera intuimos que todo va mal y algunos, muchos,
ya lo están comprobando en su propia carne. O en la de su familia o amigos.
Cada vez hay alguien más cercano que padece los reveses de esta situación; y,
lo peor de todo, es que cada medida que toma el gobierno de turno, parece
perjudicar más al que está en situación más delicada. De todas las que toma la Reforma Laboral
del PP, hay una que me ha hecho retrotraerme a finales del siglo XIX en aquella
Inglaterra preindustrial de naves hacinadas con trabajadores que trabajaban
hasta la extenuación por miedo al despido: El anuncio de que si faltas por
enfermedad nueve días en dos meses, es causa justificada de despido, si el
empleador así lo considera. Y no puedo abstraerme de pensar en aquella
bronquitis que me tuvo más de una semana en la cama o cuando una pequeña
operación se complicó y pasé veinte días en el hospital. Hoy, si mi empleador
así lo considera, me podría poner en la calle con la indemnización más baja de
la historia de la democracia. ¿Arreglaran estas medidas la situación económica?
¿De quién? ¿Realmente se piensa que con facilitar el despido, “flexibilidad” lo
llaman, con medidas como éstas vamos a volver a la senda del crecimiento
económico? El Gobierno del Estado se afana en aprobar reformas en la Ley de Estabilidad
Presupuestaria, con el beneplácito de partidos nacionalistas que habían
abominado de la misma hace pocos meses, limitando nuestras posibilidades de
gasto por la vía de reducir el déficit hasta el cero absoluto. Toman medidas
que reducen las capacidades en educación y sanidad de las Comunidades Autónomas
sin previamente preguntarles cual podrían ser éstas. Todo vale ante el “dictat”
de Doña Ángela. ¿Sometimiento, ignorancia o será simplemente ineptitud?
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