¿Se acuerdan de aquellos tiempos
en que éramos felices? Todo a nuestro alrededor resultaba favorable: vecinos
risueños que saludaban en el ascensor con gesto amable, niños correteando por
las plazas mientras sus madres comentaban la lata que les daba su marido a la
vuelta del trabajo, y hasta el empleado del banco te ofrecía la mejor sus
sonrisas al cruzarte con él. Eran tiempos en los que aún pensábamos que la
Casa Real era una Real Casa, criticable por
los devaneos de su jefe en moto, pero no por las motos en las que se montan sus
miembros. Tiempos en que nuestras ciudades crecían y se embellecían, y en los que
se construían Centros de Salud y Residencias de Mayores, y guarderías y
ludotecas que, aunque no sabíamos muy bien qué eran, se llenaban de vecinos dispuestos
a adiestrarse en nuevas habilidades mientras practicaban ejercicios de cuerpo y
alma. Tiempos en los que montar en el AVE era una experiencia inolvidable y en
los que esperábamos ansiosos que se acabara la autovía que iba a conectar
nuestra ciudad con el mundo pues ya era hora de sacar la cabeza y presumir de
lo que teníamos. Pues bien, ahora resulta que todo aquello era un sueño y
además era algo genuinamente perverso y que nos ha llevado a la ruina. Nos
dicen que nos gastamos lo que no teníamos, que despilfarramos el patrimonio,
que no pensábamos en el mal que hacíamos con nuestra imprevisión y que así nos
va. Y por supuesto que no hay más salida que renunciar a cualquier alegría, -
reducir el déficit, le llaman – bajar los sueldos de los funcionarios que
bastante tienen con tener un trabajo fijo, cerrar los centros de salud y
algunos hospitales, privatizar la enseñanza para que estudien los que puedan
pagarla – eso si de calidad – y adelgazar lo público como origen de todos los
males. Y además quieren convencernos que la culpa es nuestra y que gracias a
sus medidas y a las órdenes de una señora alemana con aspecto de charcutera y
su socio francés con alzas, saldremos, allá por 2015, de la pobreza para
alcanzar quizás las más altas cotas de la miseria. Menos mal que nuestro
PP-alcalde Maroto nos alegra los días con su verde sonrisa en nuestra verde
ciudad. Esperemos que nos perdonen que nos sintamos a gusto en ella.
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