domingo, 20 de noviembre de 2011

DEMOCRACIA



Cuando ustedes lean estas líneas algunos ya habrán votado. Otros se prepararán para hacerlo, y algunos no lo van a hacer, bien sea por convicción o simplemente por desencanto o desidia. En esta ocasión hay diferencias con veces anteriores: algo para bien y algo para mal. Lo bueno es que lo haremos en libertad y sin temer, por primera vez en tantos años, al golpe de la violencia, la coacción y el enfrentamiento criminal. Lo malo es que vivimos una situación dramática, terrible, en la que el zarpazo económico de un sistema que camina descontrolado, está dejando en la estacada a miles y miles de ciudadanos. El pozo sin aparente suelo, en el que está cayendo la economía de Europa, y por tanto la nuestra, produce paro, ruina, miseria y mucho sufrimiento, sin que se haya encontrado aún la forma de contener el desmoronamiento. Ya nadie entiende nada y lo peor es que los dirigentes políticos mundiales tampoco logran los acuerdos mínimos para detener la debacle. En Grecia e Italia los cambian por técnicos, convirtiéndose ahora en tecnócratas. Repudian la política con mayúsculas y exploran nuevas vías, sin caer en la cuenta que esos argumentos de buscar una solución que nos saque del hoyo, y luego volver a la normalidad, han sido los empleados por todos los dictadores para perpetuarse en el poder. Se puede entender que, en la desesperación de una situación agobiante, alguien crea que gobiernos fuertes, que no duden en tomar medidas dolorosas con mano firme; que no vacile en suprimir derechos individuales ganados por esta democracia imperfecta; que reduzca el endeudamiento público a costa de eliminar parte de esa red de seguridad que impide caer, aún más, a los más débiles; que aumente la brecha social que produce la falta de educación igualitaria y gratuita y que distinga en sanidad para los pobres y salud pagada, para los que pueden pagarla, es la solución para que todo mejore. Algunos ya han empezado a comprobarlo, pregunten en Castilla La Mancha  a las farmacias, en Madrid a los profesores o en Galiza a los parados que han perdido la prestación por desempleo, a los que han desactivado la tarjeta sanitaria y tendrán que pagar 99,74 euros por consulta hasta que reciban la nueva. Todos tienen algo en común: el partido que los gobierna. Y ahora vayan a votar, quédense en casa o pasen de todo. Están en su derecho. De momento.

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