Cuando ustedes lean estas líneas
algunos ya habrán votado. Otros se prepararán para hacerlo, y algunos no lo van
a hacer, bien sea por convicción o simplemente por desencanto o desidia. En
esta ocasión hay diferencias con veces anteriores: algo para bien y algo para
mal. Lo bueno es que lo haremos en libertad y sin temer, por primera vez en
tantos años, al golpe de la violencia, la coacción y el enfrentamiento
criminal. Lo malo es que vivimos una situación dramática, terrible, en la que
el zarpazo económico de un sistema que camina descontrolado, está dejando en la
estacada a miles y miles de ciudadanos. El pozo sin aparente suelo, en el que
está cayendo la economía de Europa, y por tanto la nuestra, produce paro,
ruina, miseria y mucho sufrimiento, sin que se haya encontrado aún la forma de
contener el desmoronamiento. Ya nadie entiende nada y lo peor es que los
dirigentes políticos mundiales tampoco logran los acuerdos mínimos para detener
la debacle. En Grecia e Italia los cambian por técnicos, convirtiéndose ahora
en tecnócratas. Repudian la política con mayúsculas y exploran nuevas vías, sin
caer en la cuenta que esos argumentos de buscar una solución que nos saque del
hoyo, y luego volver a la normalidad, han sido los empleados por todos los dictadores
para perpetuarse en el poder. Se puede entender que, en la desesperación de una
situación agobiante, alguien crea que gobiernos fuertes, que no duden en tomar
medidas dolorosas con mano firme; que no vacile en suprimir derechos
individuales ganados por esta democracia imperfecta; que reduzca el
endeudamiento público a costa de eliminar parte de esa red de seguridad que
impide caer, aún más, a los más débiles; que aumente la brecha social que
produce la falta de educación igualitaria y gratuita y que distinga en sanidad
para los pobres y salud pagada, para los que pueden pagarla, es la solución
para que todo mejore. Algunos ya han empezado a comprobarlo, pregunten en
Castilla La Mancha a las farmacias, en Madrid a los profesores o
en Galiza a los parados que han perdido la prestación por desempleo, a los que
han desactivado la tarjeta sanitaria y tendrán que pagar 99,74 euros por
consulta hasta que reciban la nueva. Todos tienen algo en común: el partido que
los gobierna. Y ahora vayan a votar, quédense en casa o pasen de todo. Están en
su derecho. De momento.
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